miércoles, noviembre 09, 2011

UN EXTRAÑO VISITANTE
EL DÍA DE MUERTOS


Por Verónica Mastretta

El día de muertos adquiere un nuevo significado cuando se nos muere alguien que de verdad quisimos.Ahora observo con mucha más atención como año con año reaparecen las flores anaranjadas y guindas adornando los árboles o las cruces a la orilla de la carretera .Y miro los campos desolados cuando les han arrancado las flores. Nos nace poner una ofrenda con las cosas mas representativas de los que tanto extrañamos, para invocar los sonidos de sus nombres. La tarde del día de muertos me llamó.

Mis papás están enterrados en el jardín del terreno que un día fuera un trocito de la granja de mi abuelo paterno. Están debajo de un árbol precioso, cubiertas sus cenizas por unas lajas de piedra de Santo Tomas. Solo un puñito de las cenizas de mi madre las echamos en la laguna de San Baltasar. Me compré un ramo grande de flores y me fui a visitar a mis muertos. No había nadie en la casa y el jardín solitario tenía una extraña paz acompañada por una ausencia irremediable. En una olla de barro puse la mayoría de las flores y con los pétalos de algunas les hice un caminito hacia la nada. Quizás hacia la nada no, porque el caminito terminaba en donde estaba yo sentada deshojando las flores y estableciendo un tenue hilo de comunicación hacia el polvo querido debajo de las piedras.

Todavía la luz de la tarde duraría una hora. En una canastita eché las flores y los pétalos que no dejaría ahí y me fui a la Laguna de San Baltasar a terminar mi recorrido. Salían ya los últimos visitantes. Los patos, los gansos y las aves estaban ya acomodándose para dormir. Llegué al árbol desde donde echamos las cenizas al agua hace dos años y en su base puse las flores y los pétalos que había guardado; después caminé hacia una banca desde la que se pueden ver los volcanes con una nitidez que quita el aliento.

Suelo hablar conmigo misma y con mis muerto; en eso estaba cuando se me apareció el fantasma de un muchacho que decidió acabar su vida ahí hace muchos años. Rentó una lancha , se colocó unas pesas en los pies y se arrojó al agua en una mañana soleada. En la lancha dejó su carta de adiós a un amor frustrado. En la orilla de la laguna una pequeña cruz marca el lugar en donde yo había dejado caer unos cuantos pétalos naranja. ¿Sería por eso que apareció de repente detrás de la banca en donde estaba sentada? Extrañamente lo tomé como algo natural y no me espanté.

Su sombra, igual que lo sucedido al personaje del cuento de Peter Pan, se había desprendido de su cuerpo y buscaba a alguien que se la quisiera pegar. La sombra es la parte obscura de nosotros mismos que a veces nos negamos a ver. La sombra no es mala, pero suele pasar que en la infancia alguien nos hizo creer que en la sombra está lo inapropiado, cuando muchas veces es lo que está en la sombra lo más valioso de nosotros. Pues con este extraño fantasma inicié una conversación mientras le daba la vuelta a la laguna, cada vez mas sumida en las sombras tenues del atardecer antes de la contundente oscuridad de la noche. La sombra del fantasma no nos dejaba tranquilos.

Pasaba como ráfaga junto de nosotros, para luego alejarse, subirse a los árboles y burlarse de su dueño y de mí, que pretendía ayudarlo, porque así lo pedía, a volver a unir lo oscuro con lo claro. Esa alma necesitaba unir las dos partes por alguna razón. Los cuentos, la oscuridad y la conversación atraen a las sombras igual que a los niños, así que caminando y conversando podríamos atraerla hacia nosotros. Si obscurecía antes de atraparla y unirlos, el extraño e inquieto espíritu permanecería dividido quien sabe hasta cuando, porque no todo mundo sabe pegar sombras y es difícil, más no imposible, que uno mismo recupere esa unidad tan necesaria. Yo no le quitaba el ojo de encima, pero entonces pasó una cosa extraña, la sombra se quedó conmigo y el cuerpo desapareció.

Las sombras pueden ser egoístas cuando andan sueltas. Están demasiado acostumbradas a pasar desapercibidas y por eso han desarrollado una rara libertad. A la sombra no le interesaron los árboles, ni el bello atardecer, ni tampoco lo que yo estuviera pensando. La sombra quería contarme todo lo que sabía del cuerpo al cual vivió atada. Quería hablar de sus desafortunados amores y quería recibir un perdón innecesario de parte de los seres que habitan la laguna. Me senté en otra banca para darle toda mi atención. Debo decir que para ese momento mi propia sombra estaba espantada y a punto de desprenderse de mí para irse a esconder de mi extraño visitante, pero yo la tranquilicé con un guiño y le recordé en voz baja que las sombras son inofensivas cuando están separadas del cuerpo, son solo eso, sombras. Hablé con esa sombra infantil, alegre y cálida durante mucho rato.

Me contó de sus amores, alegrías, tristezas y penas humanas, y de la necesidad de volver a empezar todo de nuevo que él había soplado al oído del que fuera su cuerpo, diciéndole que para volver a empezar, primero había que terminar con todo, aconsejándole que fuera a hundirse a las aguas de la laguna. No habían podido volver a juntarse. Vagaban en la nada desconfiando uno del otro sin encontrar la paz. Entonces decidí usar la magia blanca invocando un conjuro silencioso por medio de una canción:

"Si acaso quieres volar, piensa en algo encantador, como aquella Navidad, en que viste al despertar juguetes de cristal, volarás, volarás volarás"."Piensa, sombra, y siente"!, le ordené. Funcionó. El cuerpo apareció y tenía ya a la sombra obedientemente pegada a él, porque la pálida luz de una luna menguante ayudaba a proyectarla sobre las aguas quietas de la laguna. La sombra había callado. El cuerpo tenía la mirada de los que despiertan de un largo sueño y se sienten culpables de su ausencia.¡Culpa! que inútil sentimiento. Ignoro donde estuvo durante todo ese tiempo, que ya no sé si fue corto o largo, porque la imaginación, los espejismos y los sueños, así como los estados alterados de la mente no se rigen por el tiempo inventado de los humanos.

Cerré los ojos. Estaba cansada y en el corazón tenía el nudo recurrente en mí en los atardeceres otoñales. Cuando los abrí, estaba sola. Flotaban en el ambiente unos pocos destellos de luz, similares a los que producen las luciérnagas, luz que dejaron los polvos mágicos y el conjuro invocado: "volarás, volarás, volarás". Mi sombra, pegada a mí, aún seguía temblando de miedo, pero yo había recuperado la cordura y supe que mi extraño visitante, volaba ya hacia la paz.

v_mastretta@yahoo.com