viernes, diciembre 16, 2011

Desde la Modernidad

Ramón Almela*



Desde la modernidad, el arte impulsó la función simbólica en la sociedad cuestionando las ideas imperantes hasta caer preso como objeto mercantil de la especulación en la etapa post-industrial del auge consumista o, más adelante, como parte de una cultura de masas en la industria del ocio. Su cometido simbólico fue absorbido por la dinámica económica después de ser asimilado como ideología occidental de libertad y creación, tal como llegó a denunciar el movimiento de la Internacional Situacionista de 1970.


Ante este panorama surge desde la década de los años Noventa una fuerza de renovación bajo la actitud de contraposición a la hegemonía consumista reivindicando la capacidad del arte para reflexionar y resistir. Se perfila la resistencia en los discursos del arte contemporáneo como estrategia de oposición al pensamiento imperante reviviendo la actitud creativa como sistema de transformación social. Pero en este panorama actual, la transgresión, que fue herramienta extendida en la operación artística de la modernidad, deja lugar a una actitud de análisis y sátira; la resistencia ya no puede ser una maniobra de transgresión al uso de la actitud de vanguardia. La orientación transgresora fue asimilada por la estructura de la Institución-Arte e incorporada a la producción como un sector más del emporio de Ferias, Bienales y Museos que convierten la transgresión en propaganda, dentro del dominio de la publicidad y los medios de comunicación, convertida en una expresión funcional del propio sistema integrada a la lógica del dominante mercado. Con la trasgresión contemplada como una exacerbada espectacularidad de oposición a conceptos reinantes no hay desafío efectivo ni provocación.


El objetivo es resistir al arte concebido como mercancía, resistir a la situación en la que el arte sea fagocitado por la sociedad de consumo en esa manera que convierte la producción plástica en una imagen acomodada al gusto insustancial, escondrijo de veleidad superficial sin compromiso respaldado desde la máscara de la belleza como experiencia estética placentera donde refugiarse del panorama vital que rodea a diario al individuo sumergido en desazón y pesadumbre. El arte se transforma así en el territorio de banalización de los malestares y amarguras cotidianas, el lugar de refugio de la desolación, un canal de alejamiento de la realidad, en vez de ser un medio de contacto directo con el presente envuelto en compromiso social.


La resistencia se caracteriza por la impronta que Adorno adscribe a la función del arte que ha de ser confrontacional y resistente, renuente a la realidad presente, negativo, que resista el embate de la cultura dominante. Pero no puede ser a la manera de contraposición simétrica opuesta usual en las vanguardias. Es preciso desenvolver una estrategia de resistencia sutil y penetrante que, reconociendo la diferencia, la existencia del otro y el carácter polifacético de la realidad, plantee desentrañar sus trampas, indague en las representaciones hegemónicas y desarticule códigos de conducta o replantee la identidad. La resistencia debe impulsar un arte crítico que cuide no caer en la condición de espectáculo que domina en la industria de la cultura, que cuestione la propia condición de la obra plástica, simbólica, Debe actuar con sátira aguda, cuestionando condiciones políticas y sociales con un partícipe distanciamiento.


Comentarios: "arte@criticarte.com". Este artículo, más extenso y con imágenes, así como los anteriormente publicados, puede encontrarse en la dirección: www.criticarte.com


*Doctor en Artes Visuales