miércoles, enero 12, 2011

La Secretaría de Cultura (opinión)

La Secretaría de
Cultura, a debate




Juan Carlos Canales*



Preocúpate, pues, de poner sólo atención al discurso y de ver por dónde
puedes salir airosamente cuando se te cierre el paso con argumentos.



Platón



Seguro de mi vida y de mi muerte, miro los ambiciosos y quisiera entenderlos. Su día es ávido como el lazo en el aire. Su noche es tregua de la ira en el hierro, pronto en acometer. Hablan de humanidad.



J. L. Borges






Nadie avalaría la idea de que la sola subsistencia de la Secretaría de Cultura garantiza una política cultural a la altura de nuestro tiempo. Para conseguirla, la institución tendría que regirse bajo los patrones básicos de la racionalidad moderna y de la vida democrática.



La suerte que históricamente ha corrido la dependencia, con mayor o menor fortuna, y que hoy más que nunca se hace evidente por las características del gobierno marinista, es producto de las condiciones de nuestra vida política general. Bien decía Goethe que la salud de una institución depende de la salud de instituciones vecinas.



Sabido por todos es que durante años la Secretaría de Cultura ha fungido como un patrimonio privado que se hereda de una generación a otra, y que la designación de sus autoridades se lleva a cabo de acuerdo a lealtades y no de competencias o, incluso, el obvio aprovechamiento de su estructura en favor de intereses personales. Para nadie es desconocido cómo han privado los intereses nepóticos sobre los intereses colectivos, y mucho menos la forma en que ha imperado el derroche y la creciente burocratización.



Al parecer, el diagnóstico de la Secretaría de Cultura que han realizado las autoridades electas es incuestionable, y la necesidad de una reforma radical a la misma impostergable. Pero para transformarla bastaría con aplicar irrestrictamente la ley, y señalar los distintos responsables de la crisis en la que se encuentra, y no subsumirla –bajo la figura jurídica que sea– en una de las estructuras más cuestionadas a nivel mundial, tanto por la pobreza de los contenidos que imparte como por sus prácticas políticas. Aceptémoslo o no, el sector magisterial es uno de los más reacios a una verdadera modernización política, empezando por su sindicato y siguiendo por sus autoridades ejecutivas.



Respecto al intento de fusión, surgen de inmediato dos preguntas: ¿Se tratará de crear una megasecretaría como pago de factura a un grupo político determinado? ¿Se tratará de crear una superestructura que opere bajo la mano invisible de la maestra Elba Esther Gordillo a favor de un candidato, de cara al proceso electoral del 2012?



Debemos subrayar que la política educativa y la cultural obedecen a lógicas totalmente distintas. La primera finca sus objetivos en el desarrollo de habilidades técnico-instrumentales; la segunda, al desarrollo de competencias comunicativas que abarcan tanto la esfera subjetiva del individuo como el reconocimiento de la pluralidad humana en el espacio de la polis, hoy día marcado por un doble movimiento de complejización y singularización del espacio social, y que a su vez ha traído como consecuencia la creciente demanda de reconocimientos simbólicos particulares de los grupos sociales en el mundo entero.



Sin duda, una causa de la crisis del mundo contemporáneo se debe a la creciente fractura entre el desarrollo tecnológico y, para nuestro caso, el de las industrias culturales que corren a la par que éste y de las competencias comunicativas que demanda la sociedad.



Vaya. ¡Un poco más y seréis republicanos!



*Texto publicado en Milenio Diario del 11 de enero 2011. Académico y poeta.