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Carta abierta
A la opinión pública
Durante los últimos ochenta o noventa años los mexicanos hemos visto cómo el país ha sido reinventado cada sexenio. Una tradición antidemocrática ha sido la herencia que nos volverá indignos si la acogemos nuevamente como una más de nuestras prácticas.
Si no la podemos aceptar, mucho menos podemos permitir que se legisle una y otra vez para satisfacer al gobierno en turno antes que para ofrecer a los ciudadanos una vida menos insípida y más participativa. Creemos que es una obligación del Estado procurar alternativas de consumo frente a las industrias culturales. Anhelamos para la presente y para las futuras generaciones un tiempo de ocio creativo y un sentido solidario.
Cuando está por cumplirse el arribo de un nuevo gobierno, el rumor desplaza probables argumentos y probables propuestas que debieran estar a disposición de los ciudadanos para ser juzgados. Se dice, entre otras cosas, que la Secretaría de Cultura habrá de fusionarse con la de Educación. Aunque sin educación la cultura se torna un hecho precario, no es menos cierto que una y otra son ámbitos que reclaman saberes y estrategias muy distintos. Los problemas de la educación en el estado son tan alarmantes que exigen una Secretaría ajena a cualquier otra distracción de otra índole, por muy próximos que los avatares de la cultura parezcan.
Del mismo modo, las necesidades culturales de la ciudadanía, fundamentales para el buen gobierno, el desarrollo individual y la convivencia política, ameritan un espacio de acción específico. Por eso nos parece un yerro mayúsculo de la nueva administración que se pretenda incorporar la Secretaría de Cultura a la de Educación. Sería absurdo que los yerros de quienes la han dirigido en otros tiempos lleven a pensar en su desaparición. Un razonamiento así llevaría a conjeturar otro de orden muy pedestre: que los desatinos de nuestros gobernantes se cancelen de una vez por todas al prescindir de todo gobierno. No cabe ni es deseable un propósito de ese talante.
No debe desaparecer la Secretaría de Cultura porque ella misma, como entidad, representa un bastión importante de nuestras aspiraciones como seres cuyos nutrientes no sólo son materiales.
Sí deben desaparecer aquellos hábitos que en el pasado adulteraron los fines para los que fue creada.
Sí deben los servidores públicos que allí arriben apegarse a la ley de cultura que, en su momento, aprobó el Congreso del Estado: para que en adelante no se pretexte ambigüedad, dicha ley deberá examinarse y enmendarse en su faltas.
Sí debe hacer entrada en esa dependencia la racionalidad administrativa y considerar que su desempeño atañe a un territorio de 217 municipios.
Sí debe desaparecer la burocracia omisa, lerda y enquistada para satisfacer sus propios intereses.
No debe ser la Secretaría de Cultura en adelante un instrumento de propaganda sino la instancia que otorgue satisfactores estéticos a una población de uno u otro partido, de una u otra creencia. Si desde la cultura se fomentan aspiraciones ciudadanas, tendremos más y mejores votantes, mejores interlocutores y mejores gobernantes. En suma, individuos conocedores del valor que hay en la tolerancia frente al otro.
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