La voz humana o el miedo a la soledad
La voz
humana o
el miedo a la soledad
Por: Joaquín Ríos y Laura Domínguez
La voz humana, obra de teatro creada
por Jean Cocteau (1889-1963) se presentó en Puebla, adaptada y dirigida tibiamente
por Antonio Castro en el contexto del Festival Internacional de Teatro 2104.
“Una
mujer sola que espera un llamado. Mientras tanto se viste de ansiedad,
desolación y angustia: la incertidumbre se ve plasmada en las notas del
violoncelo. Los sonidos aparecen con la intensidad de sus sentidos, porque
cuando la voz humana no habla, el instrumento toca y los silencios mueren en compases
discordantes.
Al
concretarse el llamado, aparece la voz del otro lado: él le genera cambios
de actitud por los distintos argumentos que desarrolla, desde el
engaño hasta la palabra más amable. Una obra que se introduce en el alma de una
mujer que desespera, llegando al límite y descubriéndose en él”, apunta la
reseña en la página oficial de Jean Coctau.
La puesta en
escena importada a lo local destruye la introspección del monólogo y la crítica
a su condición de mujer (Karina Gidi) anclada al hombre a través de la
voz-presencia, y del fetichismo, desde una solución popular y limitada en su
crítica. Prescinde de la música en vivo e introduce un teléfono celular como
herramienta de intercambio para una realidad cercana y creíble.
La
escenografía minimalista monocromática y el vestuario en alto contrastante
fueron muy llamativos estéticamente, la iluminación filtrada, en ambos casos en
picada, haciendo equilibrio con las líneas de las lámparas de mesa y la música,
estuvieron muy por encima de una actuación que tardó mucho en “entrar en
personaje”, calentar la voz y expresar ese serio drama que es la dependencia a
otra persona al grado de la autodestrucción. Sin embargo hubo un punto culminante,
justo el final, que salva el desenvolvimiento.
Ese final hacia
la búsqueda de la luz, sea cual fuere el simbolismo reinterpretado por el
espectador en un Teatro Principal lleno (el más antiguo en funcionamiento de
América Latina), es una conclusión sorprendente, estética, abierta (como maneja
el término Umberto Eco), en el que el director exige la participación intelectual
del asistente. Más allá de la risa fácil que concedió la obra permanentemente.
Mientras
Cocteau acarició el humor cáustico y la profundidad solvente, el grupo sin
nombre nos trajo una actuación mediana que sale al paso para la foto en el
tablado con la manta de exigencia por los desaparecidos. ¡Sí al arte porque le
quita minutos al odio!, señalo la actriz al despedirse. En fin el arte también
es pan en el día de la no violencia.
“A 51 años
de su muerte el poeta, novelista, dramaturgo, diseñador, autor de libretos y
director de cine francés, cuya versatilidad, falta de convencionalismo y enorme
producción le proporcionaron fama internacional. Estuvo asociado con el
movimiento surrealista y su obra ejerció gran influencia en la de otros muchos
escritores. Cocteau nació el 5 de julio de 1889, en Maisons-Laffitte, cerca de
París. Su primer libro de poemas, La lámpara de Aladino, apareció en 1909 y
rápidamente le situó como un escritor importante. En 1923, Cocteau consumió
opio, una experiencia que describió en Opio (1923).
Durante este
tiempo escribió algunas de sus obras más importantes: Orfeo (1927) y La máquina
infernal (1934), la novela Los niños terribles (1929) y su primera película, La
sangre de un poeta (1930). Las películas de Cocteau, en su mayoría escritas y
dirigidas por él, fueron especialmente importantes en la introducción del
surrealismo en el cine francés. A pesar de sus éxitos en prácticamente todos
los campos artísticos, Cocteau insistió en que era ante todo un poeta y que
todas sus obras eran poesía. Murió en Milly-la-Fôret, cerca de Fontainebleau,
el 11 de octubre de 1963”.
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