martes, noviembre 25, 2014

La voz humana o el miedo a la soledad

La voz humana o 
el miedo a la soledad

Por: Joaquín Ríos y Laura Domínguez   


La voz humana,  obra de teatro creada por Jean Cocteau (1889-1963) se presentó en Puebla, adaptada y dirigida tibiamente por Antonio Castro en el contexto del Festival Internacional de Teatro 2104.
“Una  mujer sola que espera un llamado. Mientras tanto se viste de  ansiedad, desolación y angustia: la incertidumbre se ve plasmada en las notas del violoncelo. Los sonidos aparecen con la intensidad de sus sentidos, porque cuando la voz humana no habla, el instrumento toca y los silencios mueren en compases discordantes.

Al concretarse el llamado, aparece la voz del otro lado: él le genera cambios de  actitud por  los distintos argumentos que desarrolla, desde el engaño hasta la palabra más amable. Una obra que se introduce en el alma de una mujer que desespera, llegando al límite y descubriéndose en él”, apunta la reseña en la página oficial de Jean Coctau.

  La puesta en escena importada a lo local destruye la introspección del monólogo y la crítica a su condición de mujer (Karina Gidi) anclada al hombre a través de la voz-presencia, y del fetichismo, desde una solución popular y limitada en su crítica. Prescinde de la música en vivo e introduce un teléfono celular como herramienta de intercambio para una realidad cercana y creíble.

La escenografía minimalista monocromática y el vestuario en alto contrastante fueron muy llamativos estéticamente, la iluminación filtrada, en ambos casos en picada, haciendo equilibrio con las líneas de las lámparas de mesa y la música, estuvieron muy por encima de una actuación que tardó mucho en “entrar en personaje”, calentar la voz y expresar ese serio drama que es la dependencia a otra persona al grado de la autodestrucción. Sin embargo hubo un punto culminante, justo el final, que salva el desenvolvimiento.

Ese final hacia la búsqueda de la luz, sea cual fuere el simbolismo reinterpretado por el espectador en un Teatro Principal lleno (el más antiguo en funcionamiento de América Latina), es una conclusión sorprendente, estética, abierta (como maneja el término Umberto Eco), en el que el director exige la participación intelectual del asistente. Más allá de la risa fácil que concedió la obra permanentemente.
Mientras Cocteau acarició el humor cáustico y la profundidad solvente, el grupo sin nombre nos trajo una actuación mediana que sale al paso para la foto en el tablado con la manta de exigencia por los desaparecidos. ¡Sí al arte porque le quita minutos al odio!, señalo la actriz al despedirse. En fin el arte también es pan en el día de la no violencia.  

“A 51 años de su muerte el poeta, novelista, dramaturgo, diseñador, autor de libretos y director de cine francés, cuya versatilidad, falta de convencionalismo y enorme producción le proporcionaron fama internacional. Estuvo asociado con el movimiento surrealista y su obra ejerció gran influencia en la de otros muchos escritores. Cocteau nació el 5 de julio de 1889, en Maisons-Laffitte, cerca de París. Su primer libro de poemas, La lámpara de Aladino, apareció en 1909 y rápidamente le situó como un escritor importante. En 1923, Cocteau consumió opio, una experiencia que describió en Opio (1923). 



Durante este tiempo escribió algunas de sus obras más importantes: Orfeo (1927) y La máquina infernal (1934), la novela Los niños terribles (1929) y su primera película, La sangre de un poeta (1930). Las películas de Cocteau, en su mayoría escritas y dirigidas por él, fueron especialmente importantes en la introducción del surrealismo en el cine francés. A pesar de sus éxitos en prácticamente todos los campos artísticos, Cocteau insistió en que era ante todo un poeta y que todas sus obras eran poesía. Murió en Milly-la-Fôret, cerca de Fontainebleau, el 11 de octubre de 1963”.